Más allá de la felicidad: la dignidad humana

Éticas de la dignidad

Estas teorías consideran que, aunque resulta obvio que los seres humanos deseamos ser felices, no es ése el verdadero problema moral: la verdadera cuestión moral es si existe algún tipo de seres a los que no se debe manipular, a los que hay que reconocer una dignidad, y qué criterio debemos aplicar al tomar decisiones para respetar realmente esa dignidad. De este modo, se distinguen de las éticas eudemonistas.

En este apartado, analizaremos dos teorías -la kantiana y la dialógica- que surgen, respectivamente, a finales del siglo XVIII y en el último cuarto del XX.

Ética Kantiana

El filósofo alemán Immanuel Kant considera que el ser humano es un fin último, un fin en sí mismo; es un ser racional y libre que debe elegir su propio camino; es, por tanto insustituible, nadie puede elegir por él ni imponerle fines no asumidos por propia voluntad.

El ser humano es fin en sí mismo, no un medio o instrumento usado con alguna finalidad superior. Posee un valor único y absoluto, no un valor de cambio, es decir, el ser humano posee dignidad, no tiene precio. 

Kant considera que, ciertamente, los seres humanos desean ser felices y que para lograrlo han de hacer uso de una razón prudencial y calculadora. Sin embargo, como las personas imaginamos nuestra felicidad de formas distintas, una razón de este tipo no puede formular sino consejos.

No obstante, hay determinados mandatos que pensamos que debemos seguir (es nuestro deber), nos haga o no felices obedecerlos. Cuando digo que "no se debe matar" o que "no hay que ser hipócrita", no estoy pensando en si seguir esos mandatos hace feliz, sino en que es inhumano actuar de otro modo (sería tratar a los seres humanos como medios, cosas o instrumentos, sería privarlos de su dignidad). 

Estos mandatos no provienen de fuera, sino de nuestra razón. Es esta razón la que descubre la ley moral, la que determina nuestro sentido del deber y nos hace seres autónomos. Una persona es autónoma cuando no se rige por lo que le dicen, pero tampoco sólo por sus apetencias o por sus instintos, que al fin y al cabo, no elige tener, sino por un tipo de normas que cree que debería cumplir cualquier persona, le apetezca a él cumplirlas o no. Esas normas serán las propias de cualquier ser humano. Un ser capaz de actuar de este modo y que es valioso en sí mismo no puede, según Kant, venderse en el mercado por un precio, porque para eso habría que fijarle un equivalente. Pero, ¿por qué podemos intercambiar a un ser humano?, ¿cuál es su equivalente?, ¿cuál es su precio? La respuesta de Kant es clara: los seres humanos no tienen precio, no pueden intercambiarse por un equivalente, sino que tienen dignidad. Son dignos de todo respeto.

Así pues, la razón nos impone una leyes que obligan sin condiciones, es decir, no prometen la felicidad a cambio: solo prometen realizar la propia humanidad. De ahí que se expresen como mandatos (imperativos) categóricos, no condicionados a que alguien quiera ser feliz de un modo u otro. Ser persona es por sí mismo valioso, y la meta de la moral consiste en querer serlo por encima de cualquier otra meta: en querer tener una buena voluntad. La razón que da esas leyes morales no es la prudencial ni la calculadura, sino la razón práctica, que orienta la acción humana de forma incondicionada.

Para saber que una norma es una ley moral, dada por la razón práctica, Kant propone someter cada norma al test del imperativo categórico. A continuación tienes dos de las formulaciones del mismo.

- Formulaciones del imperativo categórico:

1- Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal.
2- Obra de tal modo que trates la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca como un medio.


Ética dialógica

Esta teoría ética defendida por Jürgen Habermas y Karl Otto Apel se inspira en el diálogo socrático. Aunque se basa en la ética de Kant, se opone a ésta al afirmar que el descubrimiento de que una norma moral es correcta no se hace de forma individual (en el diálogo con uno mismo), sino a través del diálogo con los demás. Una norma solo se considerará correcta cuando todos los afectados por ella den su consentimiento, es decir, obtenga el consenso de todos los afectados.

Supongamos que queremos averiguar si una norma es moralmente correcta o no. La ética del discurso propone someterla a un diálogo en el que participen todos los afectados por la norma, diálogo que recibirá el nombre de discurso. Ahora bien, una vez finalizado el discurso, la norma sólo se declarará correcta si todos los afectados por ella están de acuerdo en darle su consentimiento, porque satisface, no los intereses de la mayoría o de un individuo, sino intereses universalizables. El acuerdo al que lleguemos no será un pacto estratégico, en el que los interlocutores se instrumentalizan recíprocamente para alcanzar cada uno sus metas individuales, sino el resultado de un diálogo en el que se aprecian como interlocutores igualmente facultados, y tratan de llegar a un acuerdo que satisfaga intereses universalizables. Así pues, la racionalidad de los pactos es una racionalidad instrumental, mientras que la racionalidad de los diálogos es comunicativa y tiene en cuenta los intereses de todos


¿De qué son dignos, pues, los seres humanos? La respuesta de esta actual teoría ética es que los seres humanos son dignos de ser tenidos en cuenta en todas aquellas decisiones que les afectan en condiciones de simetría o igualdad. Al igual que Kant, los partidarios de la ética del discurso centran su preocupación en la dignidad humana. La ética del discurso afirma que cada persona ha de reconocerse como interlocutor válido en cuantas normas le afecten. Por lo tanto, cuando se delibere sobre la corrección de esas normas, somos dignos de ser tenidos en cuenta en las decisiones: tenemos que poder participar en los diálogos en las condiciones más próximas posible a la simetría: - Cualquier sujeto capaz de lenguaje y acción puede participar en el discurso - Cualquiera puede problematizar cualquier afirmación - Cualquiera puede introducir en el discurso cualquier afirmación - Cualquiera puede expresar sus posiciones, deseos y necesidades - No puede impedirse a ningún hablante hacer valer sus derechos, establecidos en las reglas anteriores, mediante coacción interna o externa al discurso.

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